martes, 26 de enero de 2010

FONCEBADÓN- CRUZ DE FERRO- MANJARÍN

FONCEBADÓN:
No quedan apenas restos o vestigios de esta localidad en la actualidad, pero fue en su tiempo uno de los lugares más conocidos (y reconocidos) en la Edad Media de la Comarca maragata. Hoy los únicos residentes que lo habitan se reducen a una pastora acompañada de su hijo.
Por lo que respecta a la época de dominación romana y, en alusión a sus explotaciones mineras, Sáenz de Ridruejo a propósito de Foncebadón afirma:
“Las laderas se cuajan de canales, desde la Cruz de Hierro. Están recogidos el Arroyo de Trabazos y el de Valdemarcen, llevándose las aguas de aquél a balsas en el propio Foncebadón, hoy en uso”.
La primera referencia cierta de la que disponemos sobre este emplazamiento fue el denominado como “Concilio de Monte Irago” que se celebró en el año 946, como cónclave que trató de poner coto a los incesantes y frecuentes robos y asesinatos que se perpetraban en el Camino de Santiago. Sin embargo, sería el monje ermitaño Gaucelmo quien dio impulso a esta zona al fundar una hospedería y una iglesia al remate del Siglo XI, que fue el germen de lo que posteriormente constituiría una abadía.
Debido a esta circunstancia, como era la atención permanente a los peregrinos que transitaban a través del puerto hacia la tumba del apóstol Santiago, el Rey Alfonso VI concederá a este poblamiento el singular y particular privilegio (año 1.103) de la exención de todo tipo de tributos a perpetuidad, y de esta manera se continuó durante los siguientes reinados de Fernando II, Fernando III, Carlos IV y Fernando VII.
Foncebadón se ubica en el itinerario que recorre la LE-142 entre las poblaciones berciana de Ponferrada y la de Astorga, capital de la Maragatería.
Su mayor virtud es ser un punto clave en el Camino de Santiago.
Madoz lo sintetiza en estos términos (1.845):
“Lugar en la provincia de León, part. Jud. y diócesis de Astorga, aud. Terri. y c.g. de Valladolid, ayunt. De Rabanal del Camino. Situado en el pueblo de su mismo nombre y camino de herradura que dirige de Astorga a Galicia; su clima es frío, pero sano. Tiene 48 cas., igl. parr. (Sta. María Magdalena) servida por un cura de ingreso y libre provisión; y t. buenas aguas potables. Confina al N. el puerto de Baxa; E. Sta. Marinica de Turienzo; S. Manjarín y O. Andiñuela. El terreno es de mala calidad; sólo produce centeno, patatas y yerbas de pasto para el ganado lanar y vacuno que cría. Pobl.: 43 vecinos, 188 almas”.
La primera noticia escrita y fiable que se tiene es un documento de 1.102 en el cual se habla de una donación localizada en el pueblo de Pedredo al eremita Gaucelmo.
Ya sea en los accesos al pueblo de Foncebadón, o bien en la próxima Cruz de Ferro, confluyen y se unen todos los caminos que pugnan por pasar a El Bierzo procedentes de los valles del Turienzo o del Duerna. A la misma vista de Foncebadón se observa aún con nitidez la llegada a su fin de dos caminos, uno es el que proviene de Rabanal del Camino (el vigente y moderno Camino de Santiago) y otro es el que parte buscando Veldedo y El Manzanal, con un desvío hasta La Maluenga, que tal vez originariamente fuera el ancestral Camino de peregrinación. Foncebadón es, pues, la “encrucijada vital de los caminos al Biezo”.
El camino o senda de la recua, que aprovecha ascendiendo por el valle del río Rabanal eludiendo o no la población, se dirige a la Cruz de Ferro o igualmente por Foncebadón. En el famoso hito de la Cruz se asimilan y conjuntan los caminos de Prada de la Sierra o el de Andiñuela, del mismo modo que llegan a ella el Camino de Benavente para El Bierzo, de tiempos medievales, y el de los arrieros que sube teniendo como guía el valle del Duerna.

CITAS LITERARIAS:
Foncebadón y, asimismo, la Cruz de Ferro son objeto de atención ya en 1.632 en la novela “La Niña de los embustes”, del autor Castillo Solórzano, aunque con bastante vaguedad en lo que afecta a la ubicación de dicha Cruz. En esta obra aparece por primera vez el vocablo “maragato”, si bien con ello se designa a algunas gentes de El Bierzo.
El villafranquino Fray Martín Sarmiento, uno de los padres de la cultura gallega, en su segundo periplo por Galicia (en 1.754) menciona también la presencia de otra de las cruces que delimitaban el coto otorgado a la alberguería de Foncebadón en 1.103: en este caso se trataba de una cruz cuya existencia se sitúa en el camino a Tabladillo.

LA CRUZ DE FERRO:
Siguiendo la sucesión de la Ruta Jacobea hacia la meta Jacobea, en primer lugar nos hallamos con Foncebadón, por donde ascienden esforzadamente miles de peregrinos que anhelan alcanzar la cercana Cruz de Ferro. No obstante, el nombre de la Cruz de Ferro es mucho más utilizado para referirse a la ascensión practicada desde la vertiente berciana. Al ser un trayecto usado por los ciclistas, un consejo es fundamental: al cruzarse con los peregrinos que vienen en sentido contrario una norma de cortesía tradicional es saludarlos con la palabra “¡Ultreia! – más allá, más lejos-, que es lo mismo que desearles cariñosamente un feliz peregrinaje y que, al final, acaben con paz y bien en Santiago.
Antes de enumerar ciertas notas interesantes sobre la Cruz de Ferro, cabe deshacer el equívoco en que incurren algunas publicaciones cuando muestran el nombre de “Cruz de Fierro”- en leonés.
La Cruz de Ferro, así se le llama, es un crucero que siempre desde que se recuerde ha servido como hito, mojón o fijación de límite en territorios del Camino de Santiago y, en este ejemplo especial, al superar el último tramo del Camino que nos permite la contemplación del valle berciano, en una panorámica totalmente imprevisible. De hecho, la Cruz antedicha está entre dos exponentes relevantes: los pueblos de Foncebadón y el de Manjarín, ambos tradicionales de la Comarca de la Maragatería.
Su estructura es simple, ya que consta de un palo basto y tosco, de una altura significativa (aproximadamente cinco metros), coronado por una cruz de hierro en su extremo superior o cúspide.
En la cima del Monte Irago se ha asentado esta emblemática y querida Cruz de Ferro. Estácompuesta por un gran poste de madera con una más bien reducida cruz de hierro en todo lo alto. Su base o soporte está formado por un gran amontonamiento de piedras de todos los tamaños y de diversas procedencias. Todo indica que aquí precisamente existió, en tiempos inmemoriales, un altar en honor y bajo la advocación del dios Mercurio, en cuya creencia y protección confiaban los caminantes que debían depositar un canto o guijarro en expresión de reconocimiento. Este uso o costumbre fue el que adoptaron las cuadrillas de segadores gallegos que procedían a aportar una piedra en este enclave la primera vez que seguían este Camino en busca de las mieses a segar de Castilla. Los peregrinos, sin una justificación unívoca, han hecho suya esta tradición y está, hasta cierto punto, “en boga”. La verdad constatable es que, desde este otero, se domina la increíble estampa de casi toda la Región de El Bierzo desde un circo de montañas, nevadas en invierno y con multitud de valles boscosos al alcance.
Algunos estudiosos van más allá, entendiendo que este monumento es, claramente, un “milladoiro”, una pila apreciable de guijarros o piedras de lo más variado que, desde los tiempos ancestrales, eregían los caminantes en determinados lugares para invocar a las divinidades protectoras presentes en los caminos.
En el aspecto señalado, la finalidad se concretaría en señalizar un camino cualquiera, como éste, pues las copiosas nevadas de rigor podrían ocultar el trazado o senda y así no habría peligro de perderse. A estos montículos pedregosos se les adjudicaba la calificación de Montes de Mercurio, en honor a esta divinidad de las comunicaciones. Esta costumbre tan popular fue cristianizada a partir del abad Gaucelmo (que regía las alberguerías de Foncebadón y de Manjarín) a principios del S. XI. Una razón más a favor de que ello fue así probablemente se basa en que la cruz original se puede visitar en el Museo de los Caminos de Astorga. Por otro lado, abundando en lo mismo, no muy lejos de este monumento mercuriano hallaremos otro a un poco de distancia en otro camino, éste en cambio es un poste o palo sin cruz.
Lo cierto es que, en las centurias últimas, los peregrinos han traído cada vez en mayor cantidad piedras o trozos de roca diversos hasta elevar un precario y pequeño monte. Se ha creado una leyenda, medio mágica-medio esotérica, que mantiene que los andantes peregrinos deben cumplir el rito de, trayendo una piedra de su lugar de origen, lanzarla de espaldas al enorme montón (en señal de alejarse por fin del duro puerto y para atraer la suerte, incluso).
Otros dicen o creen que la tradición de transportar piedras tiene una relación directa con la petición a los fieles creyentes de colaborar aportando materiales para la reconstrucción de la Catedral de Santiago.

MANJARÍN:
Cuando, pasado el Monte Irago, nos encaminamos por la vertiente en que los cursos de agua drenan y se orientan hacia El Bierzo, nos topamos con Manjarín (y su anejo casi destruido de Labor de Rey). Se asientan en una especie de “tierra de nadie” y han pasado por momentos de no considerarse no sólo maragatos, sino que ni tan siquiera integrados en la Somoza astorgana. A pesar de eso, a favor de la tesis “somocense”, se ha de argumentar que han estado bajo la dependencia del Arziprestazgo de la Somoza y que en Manjarín se contaba ciertamente con un Hospital de Peregrinos, dentro del antiguo Concejo de Andiñuela.
Cuando en 1.822 se publica la orden de constitución de la Provincia de El Bierzo, de efímera trayectoria quedando definitivamente suprimida en 1.833, se prefijó como límite la Cruz de Ferro y, si le damos validez al poco material que se puede consultar, se ha de concluir que no sólo Manjarín y Labor de Rey se integraban en la administración berciana, sino además amplias zonas de lo que correspondía al término privativo de Prada de la Sierra.
Manjarín, en las recientes etapas históricas, fue una instalación militar, base de telecomunicaciones ya abandonada, y que hasta hace poco desempeñó una función de sede de las cuadrillas para las labores de extinción de incendios forestales mediante medios helitransportados, semejante a la de Cueto, en Sancedo.
Manjarín tiene una particularidad reseñable: se ha edificado hace unos cuantos años un sencillo, rústico y austero albergue, atendido por el inconfundible Tomás, que es uno de los hospitaleros más peculiares y genuinos de todo el Camino. Se dedica “en cuerpo y alma” al servicio y asistencia a los peregrinos. Es bien sabida, fundamentalmente, su gran afición y apego a todo lo relacionado con la Orden templaria, siendo como su tarjeta de presentación su autoapodo de “El último Templario”.

MARCELINO B. TABOADA

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